Comelodrama – Crítica de «La gran enfermedad del amor (The big sick)» (2017)

«Kumail, si no quieres ser abogado, bien. Si prefieres hacer monólogos y avergonzarnos como familia, de acuerdo. Solo te pedimos una cosa, sé un buen musulmán y cásate con una chica pakistaní».
En toda comedia romántica que se precie (incluidas las independientes y triunfadoras en Sundance) el chico y la chica se conocen en un entorno singular y a través de diálogos ingeniosos se engatusan mutuamente sin saber cuál de los dos está cayendo en las redes del otro. Ella le ha llamado la atención interpelándole mientras declamaba sobre el escenario. Él se ha acercado a la barra del bar tras la actuación con la excusa de sermonearle. La atracción de opuestos entra en juego. «¿Cómo te llamas?». Ella coquetea sonriente. «Emily». Él garabatea algo en una servilleta. «Emily, éste es tu nombre en urdu». La curvilínea caligrafía en el idioma de su niñez aparece hermosa y llamativa. «¿Te ha funcionado esto alguna vez?».
Tras una velada viendo La noche de los muertos vivientes, ¿quién podría resistirse? Y de tener reticencias, una segunda cita con El abominable Dr. Phibes y Vincent Price como anfitrión acaban por convencer a la más escéptica.
El problema, la estricta pero divertida familia Nanjiani. Orgullosamente pakistaní, respetuosamente musulmana y profundamente amante de las tradiciones. La multitud de hermosas pretendientes y compatriotas que aparecen «por sorpresa» a la hora de cenar, con una foto y un escueto currículo, haciendo gala de su buen dominio del urdu, son la prueba viviente de que los padres de Kumail, en Chicago, en pleno siglo XXI, creen a pies juntillas en los matrimonios concertados. Habrá que ver si su vástago es capaz de explicarles que ya sale con alguien que no profesa el islam.
El sello Apatow en la producción denota que vamos a encontrar más realidad de la habitual en el ABC de un género edulcorado per se. Este hecho, diferencial en lo positivo, conlleva el único aspecto negativo de la cinta. Tras una presentación ágil y brillante, genuinamente enmarcada en lo hilarante y lo amoroso, el paso al segundo acto, que dramatiza la trama, atasca esa fluidez y ralentiza la narración hasta el punto de requerir las tijeras del montador para atajar ese punto muerto y reducir, de paso, una duración que se extiende hasta las dos horas.
Es el único pero achacable a un largometraje que sabe retomar la buena senda con la que echó a caminar y que habría que catalogar, inventando un nuevo palabro, como comelodrama: comedia romántica + melodrama. El cabeza de cartel y co autor de un notable guión con un marcado toque autobiográfico, Kumail Nanjiani, echa mano de la ironía para reírse de los tópicos relacionados con la religión musulmana, de las costumbres llevadas al límite e incluso del terrorismo islamista. No en vano interpreta a una versión de sí mismo. Su química con Zoe Kazan resulta innegable y la personalidad que ésta insufla a su Emily la dota de un carisma, un sentido del humor y una ternura que la hacen irresistiblemente atractiva.
Copyright del artículo © Manu Zapata Flamarique. Reservados todos los derechos.
Copyright imágenes © Apatow Productions, Filmnation Entertainment, Story Ink. Cortesía de Caramel Films. Reservados todos los derechos.
La gran enfermedad del amor (The big sick)
Dirección: Michael Showalter
Guión: Emily V. Gordon y Kumail Nanjiani
Intérpretes: Kumail Nanjiani, Zoe Kazan, Holly Hunter
Música: Michael Andrews
Fotografía: Brian Burgoyne
Montaje: Robert Nassau
Duración: 120 min.
Estados Unidos, 2017
A mi, Manu, me decepciónó bastante. Esperaba algo más después de las buenas críticas. Todas estas películas americanas, mal denominadas como «comedias románticas» están plagadas de falsos estereotipos sobre el amor romántico que, para más inri, se van repitiendo uno tras otro en un rosario interminable de obras edulcoradas y falsamente audaces. En el Hollywood actual solo se pueden ver blockbusters de Marvel o de Michael Bay o películas trilladas como esta. Nadie arriesga verdaderamente con una historia de amor verdadero, algo que destile realidad y no gazmoña melaza de baratillo. Y lo de las descargas de Internet ya no me sirve de excusa, porque los que seguimos yendo al cine merecemos que no insulten constantemente a nuestra inteligencia.
Un saludo.
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