Manu Zapata
Después de tiempo y tiempo sin aporrear las teclas del ordenador ni ejercitar las ideas para que fluyan sinápticamente por el torrente neuronal que conecta mente y dedos cuesta articular algo coherente a partir del título de este escrito. Siempre se echa de menos el valor terapéutico de poner negro sobre blanco las reflexiones sobre cualquier concepto, en mi caso, lo que una película me remueva por dentro amén de su análisis técnico, si viniese a colación. Y como casi podría calificar de vicio o necesidad esa tendencia a analizar me apetecía regresar, al menos momentáneamente, con un texto acerca de uno de mis ítems favoritos dentro de mi tema preferido: cómo pintan los Óscar en este 2022.

Nos hallamos ante una edición bastante más abierta a premiar varios filmes que no en una que encumbre a una triunfadora que parta la pana. Este año las categorías que aparentemente se antojan aisladas del resto de premios como mejor documental, película de animación o película internacional, se encuentran conectadas porque un trío de largometrajes se ha colado en varias de las especialidades genéricas. Flee se postula en las tres, ya que se trata de un documental de animación producido en Dinamarca, Drive my car, en japonés, aparece entre las candidatas a mejor película, director y guion adaptado, y La peor persona del mundo cuenta con bazas en mejor guion original y se quedó en puertas de una más que merecida nominación a mejor actriz para su soberbia protagonista, Renate Reinsve. A ellas hay que sumar a Madres paralelas que, pese a no figurar en película internacional por no haber sido elegida por la Academia española, ha visto reconocida a Penélope Cruz como mejor intérprete y a Alberto Iglesias por su magnífica banda sonora.

Todo indica que Drive my car se va a hacer con el galardón en película internacional, probablemente este vaya a ser su único triunfo, Encanto se llevará el gato al agua en animación en dura pugna con Los Mitchell contra las máquinas y Summer of Soul se alzará con la estatuilla dedicada al cine de no ficción.

La competición en el resto de premios va a ser mucho más abierta. Avanzando desde los menores hacia los principales, la canción de Billie Eilish y Finneas Will para Sin tiempo para morir parece clara favorita así como la banda sonora de Dune, compuesta por el eterno Hans Zimmer, que dejará a nuestro Alberto Iglesias en puertas de la dorada estatuilla por tercera vez. Siguiendo con Dune, las categorías técnicas parecen feudo claro del filme de Dennis Villeneuve. Con sonido y efectos visuales como bazas seguras, en diseño de producción se las va a tener tiesas con El callejón de las almas perdidas aunque finalmente triunfará la cinta fantástica, lo mismo puede suceder en el apartado de fotografía con El poder del perro como principal contendiente, sin embargo auguramos una sorpresa ya que apostamos por un sorpaso en el último momento de tick, tick… Boom sobre Dune en la especialidad de montaje.

El espectacular vestuario de Cruella lleva escrita la palabra victoria en cada uno de sus pliegues. En los mismos términos podemos hablar de la concienzuda labor de maquillaje y peluquería que transformó a Jessica Chastain y Andrew Garfield en los protagonistas de Los ojos de Tammy Faye. Lo que nos traslada directamente al premio a la mejor actriz que, de los interpretativos, parece ser el más competido. Por más que en las últimas fechas haya cobrado cuerpo el rumor de que Penélope Cruz se encuentra bien situada en las apuestas, desde que vimos el estreno de Los ojos de Tammy Faye en San Sebastián tuvimos claro que en aquella composición se podía traslucir el primer (y merecido) Óscar de una grande del cine como Jessica Chastain; la única que podría discutirle la hegemonía, la impactante Olivia Colman de La hija oscura, aunque no lo suficiente como para arrebatarle la gloria a la pelirroja californiana. En el resto de categorías interpretativas el pescado está prácticamente vendido.

Ariana DeBose se convertirá en la segunda actriz que gana una estatuilla por el mismo papel de reparto que se lo dio a Rita Moreno en West Side Story. Jessie Buckley, de La hija oscura, tan perturbadora como asfixiante en un personaje tremendamente complejo, podría hacerle relativa sombra.

La mejor interpretación masculina encumbrará por primera vez a un Will Smith soberbio como padre y mentor de Venus y Serena Williams. Javier Bardem tendrá que esperar a próximas oportunidades; su premio, nada desdeñable por cierto, haber entrado entre los finalistas. Poniendo colofón a este apartado, la sorpresa agradable y sensación de la temporada, CODA, ganará su primer óscar de la noche gracias a la personalidad y el gracejo de Troy Kotsur, mejor actor de reparto.

Resulta curioso ver cómo ha crecido una película aparentemente pequeña, presentada en Sundance con éxito y comprada allí para ser emitida en la plataforma televisiva de Apple, más aún tratándose de un remake, dato que, siguiendo nuestra política de información cero, ignorábamos a la hora de verla en pantalla grande. Cómo se agradece ir descubriendo, secuencia a secuencia, tanto su procedencia como el proceso de adaptación de la historia al mundo de la pesca y a Estados Unidos aportando nuevos detalles y mejorando el original. La sensación tan placentera y con ese puntín emotivo al salir de la sala, a pesar del eco a algo conocido, barruntaba que allí había algo especial capaz de robar el corazón a la audiencia e incluso a la membresía de la Academia de Hollywood. Porque sí, CODA va a dar la campanada. Se va a llevar a casa tres de tres. Ya hemos hablado del óscar a la mejor interpretación de reparto al que van a acompañar en la estantería el portador de la espada que reconoce al mejor guion adaptado y, sorpresa, o no tanto, el premio gordo de la noche, la estatuilla a la mejor película.

Esto último conlleva que El poder del perro, que cuenta con el mayor número de candidaturas, 12, se vaya a casa únicamente con el galardón a la mejor dirección que ganará por segunda vez una mujer, en este caso la neozelandesa Jane Campion en su segunda nominación (curiosamente la directora y guionista de CODA es otra mujer, Sian Heder). El poder del perro, tras nuestro visionado en San Sebastián, nos dejó una sensación de lo que podría haber sido y finalmente no fue debido a un enorme socavón al principio del segundo acto, en aquella casa en mitad de la nada, que nos sacó por completo de la trama. La recuperación que experimenta en su tramo final llegó demasiado tarde, ya nos habíamos desconectado. Parece complicado que cree consenso en la Academia una película que, amén de sus irregularidades, no está pensada para todos los paladares.

En el quinteto donde mas abierto queda el pronóstico, el formado por los libretos finalistas al mejor guion original, apostamos por la sorpresa que daría La peor persona del mundo frente a otro excelente texto, Licorice pizza.
Por último, recapitulando la suerte que pueden correr los candidatos españoles, quien más posibilidades tiene de alcanzar la gloria es el animador Alberto Mielgo con su cortometraje El limpiaparabrisas, apostamos fervientemente por su triunfo.

De todo esto aquí expuesto a lo que suceda finalmente media un abismo. Ya veremos por dónde van los tiros y si, en última instancia, nos acercamos más que menos al resultado definitivo. La solución, la madrugada del domingo 27 al lunes 28 de marzo.
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La animación japonesa post Miyazaki, aunque evidentemente influenciada por la enorme creatividad e imaginación del maestro, ha evolucionado hacia tramas más urbanas, ubicadas temporalmente en el momento en que están hechas y con un salto de edad en cuanto a los protagonistas, pasando de la entrañable y aventurera niñez a la confusión, las dudas y los intereses de adolescentes o jóvenes adultos. Escribo estas palabras con Makoto Shinkai y la maravillosa Your name en mente.
El amor está en el agua forma parte de esta corriente. La voz cantante la lleva una surfista pre universitaria que adora el mar y acaba de instalarse en el apartamento costero de las vacaciones familiares para iniciar, al final de la temporada estival, los estudios de algo que le llena por completo, la oceanografía. Ese verano conocerá a un joven e intrépido bombero y ambos se enamoran.
Lo que pudiera parecer una ñoña historia de amor pronto dejará paso a una trama más profunda que hará brotar detalles que se habían ido sembrando en ese principio un tanto almibarado aunque muy logrado en lo técnico. Un cuidado acabado audiovisual (nota común en los filmes aludidos más arriba) encomiable y elogiable, con una amalgama de distintos tipos de encuadres y angulaciones en los tiros de cámara y ningún complejo a la hora de moverla como una grúa. A pesar de trabajar con dibujos, la introducción del ordenador permite el mismo tipo de realización que cuando se rueda imagen real e incluso alguna que otra combinación imposible en el cine convencional.
El guion nos presenta una galería de secundarios, en especial Yoko, la misántropa hermana del interés romántico de nuestra heroína, que aportan riqueza y mucho sentido del humor y que sirven para destensar a la platea en los momentos más serios, ejerciendo como contrapunto perfecto de los que llevan el peso de la historia.
El giro (del que discretamente no hablaremos) que toman los acontecimientos aporta una hondura argumental que no esperábamos encontrar. Se vale de la poesía para hablar de sentimientos más adultos a medida que avanza el metraje, como si de un largometraje dramático se tratase, con el factor sorpresa como elemento distintivo. Lo que no termina de convencer es la manera de resolver por la que opta el libreto, eligiendo lo fantasioso e infantil en detrimento del tratamiento realista (dentro de lo que cabe) que había llevado hasta ese momento.
No obstante, hemos de tener en cuenta que se trata de una película para todos los públicos, especialmente dirigida a una audiencia joven, y que lanza un mensaje importante que aparece en diversos momentos y se aplica a distintos personajes. Sé tú misma, no intentes parecerte a nadie, no es malo ser diferente, labra tu propio futuro. En el más representativo, el valeroso bombero increpa a su surfista por dejar sus intereses, su vocación, por seguirle a él y admirar lo que hace, insiste en que ambas cosas no son incompatibles y le repite constantemente: cabalga tu propia ola.
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El amor está en el agua
Dirección: Masaaki Youasa
Guion: Reiko Yoshida
Intérpretes (voces) en la versión original: Rina Kawaei, Ryôta Katayose, Honoka Matsumoto
Música: Michiru Oshima
Montaje: Kiyoshi Hirose
Duración: 94 min.
Japón, 2019

En el mosaico de pantallas del control de realización de Fox News un plano de Megyn Kelly, su presentadora estrella, se congela. Ella misma nos explica quién es su jefe, Roger Ailes, y cómo ha llegado a crear un nuevo género informativo basado en las noticias falsas (sí, él las inventó) y las descalificaciones contra los enemigos políticos del partido al que la línea editorial del canal defiende. Ailes ayudó a llegar al poder a Nixon, Reagan, Bush padre y en ese momento, durante la Convención Republicana de 2016, apoya a Donald Trump ignorando las graves acusaciones de su ex mujer. Su colaboradora estalla: el abogado de Trump dijo que puedes violar a tu cónyuge durante el matrimonio y eso me cabreó. El futuro de Fox News es ahora una jodida feminista, replica con sorna Ailes. No soy feminista, soy abogada.
El escándalo aborda, contraponiendo las historias de los tres personajes de unas estupendas Charlize Theron, Nicole Kidman y Margot Robbie, las consecuencias para una mujer, sea cuál sea su posición dentro de una empresa, de acusar a un superior de acoso sexual, de lo complicado que resulta tomar esa decisión y de que hay quienes la llevan a cabo y quienes, temiendo por su empleo, no se atreven a dar el paso.
En cinco minutos de vértigo, utilizando recursos como la voz en off o la interpelación directa al espectador, con una realización ágil, a golpe de steady cam, y engarzado todo por un montaje frenético, esta película pone sobre la mesa su temática principal que emerge de otro análisis no menos interesante, el del sector en el que transcurre, el controvertido mundo de las noticias catódicas.
Todo este arsenal audiovisual y narrativo inicial al estilo Scorsese emparenta este trabajo con La gran estafa. No resultó extraño averiguar, a posteriori, que comparten guionista: Charles Randolph. Además, en ambos casos su director venía de triunfar en el género de la comedia disparatada, aunque el aquí firmante, Jay Roach, que se encuentra unido a Austin Powers, ya había realizado su bautismo de fuego gracias al sólido biopic Trumbo: la lista negra de Hollywood.
Más allá del uso de mecanismos que ya nos impactaron en una obra anterior y que cumplen perfectamente su cometido, Roach consigue dibujar todas las aristas de un conflicto tan complejo a través de los diversos puntos de vista de cuantos se ven implicados. La periodista que presenta la denuncia por acoso sexual es tan importante como sus compañeras que deciden callar en un principio barajando las consecuencias de apoyarla. Especialmente interesante resulta lo que pasa por la cabeza de Megyn Kelly (magnífica Charlize Theron). Gracias a ella podemos apreciar las dimensiones profesionales pero también familiares de las cruciales decisiones que acaba tomando, tanto con respecto a Trump como en relación a su jefe, Roger Ailes, cuyo retorcido concepto de lo que es justo y equilibrado o lo que significa la lealtad retratan, en esta notable radiografía del abuso de poder, el lado oscuro de la televisión (des)informativa.
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El escándalo
Dirección: Jay Roach
Guion: Charles Randolph
Intérpretes: Charlize Theron, Margot Robbie, Nicole Kidman
Música: Theodore Shapiro
Fotografía: Barry Ackroyd
Montaje: Jon Poll
Duración: 109 min.
Estados Unidos, Canadá, 2019

“Un corazón no se juzga por cuanto tú ames sino por lo mucho que te amen los demás”, El mago de Oz. La grandeza de la figura de Judy Garland se extiende mucho más allá del camino de baldosas amarillas. En uno de los más emotivos momentos de la película un par de fanes gays ejercen de anfitriones de la ya crepuscular estrella que ansía sentir el cariño que le profesan sus admiradores. Junto a ellos, su vulnerabilidad se torna protección, se siente útil devolviendo ese amor con consuelo y ternura casi maternal. Aunque las más de las veces su carácter depresivo no le deja aceptar cuánto bien y cuánta alegría ha repartido entre sus incondicionales y todo lo que ellos y ellas le devuelven a cambio. La vida de Frances Ethel Gumm podría haber sido la de una niña feliz, criada lejos de los focos, creando una familia en un pequeño pueblo de Minnesota, pero el despotismo del magnate de la Metro, Louis B. Mayer, robó su infancia para convertirla en un infeliz juguete roto para el resto de sus días.
El filme cabalga en paralelo entre su crepúsculo como cantante, sobreviviendo en Londres con un trabajo alimenticio que le permita volver a ver a sus hijos, confrontado con el origen de la decrepitud y el alcoholismo que le han llevado hasta allí. Viajamos al pasado continuamente en busca de los albores de la carrera de esta leyenda del musical para comprobar, con espanto, de dónde proviene su adicción a todo tipo de pastillas.
Los dos primeros tercios de guion nos muestran la clásica estructura de filme autobiográfico que alterna presente y pasado de manera académica. Correcto, sin alharacas, aunque susceptible de ser aligerado considerablemente. Este síntoma de ligera endeblez y falta de fuste en lo que a lo narrativo y lo técnico se refiere, lastra el regusto positivo de nuestra apreciación global del largometraje debido a su briosa conclusión.
La emoción, la congoja y el impacto que deja en la platea la cruda y cruel existencia de esta mujer de 47 años, a la que el amor siempre dio la espalda y que busca su particular redención por creerse culpable de algo que nunca dependió de ella, nos desgarra en los momentos finales hasta arrancarnos lágrimas de rabia seguidas de un profundo dolor en el alma.
La responsable, amén del despertar de un libreto aletargado, una Renée Zellweger que desaparece en el personaje hasta hacerlo suyo para subyugarnos con una interpretación digna del Óscar que va a recibir. En la estela de notables alcohólicas del séptimo arte como la ex niña prodigio encarnada por Bette Davis en Qué fue de Baby Jane o la Elizabeth Taylor de Quién teme a Virgina Woolf, la texana demuestra que nunca debió alejarse del mundo del cine, que regresa por la puerta grande dando vida a un mito cuyo funeral envuelto en el arcoíris de la tierra de Oz quedó marcado para siempre en el calendario de todos los meses de junio desde aquel fatídico de 1969.
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Judy
Dirección: Rupert Goold
Guion: Tom Edge, basada en la obra teatral “End of the rainbow” de Peter Quilter
Intérpretes: Renée Zellweger, Finn Wittrock, Rufus Sewell
Música: Gabriel Yared
Fotografía: Ole Bratt Birkeland
Montaje: Melanie Oliver
Duración: 118 min.
Reino Unido, 2019

El Festival Lo Que Viene 2019, celebrado en Tudela el pasado mes de julio, me brindó la posibilidad de conducir la sesión dedicada al cine navarro. Allí se presentaron cuatro documentales a cuál más interesante. De uno de aquellos trabajos me atrajo especialmente el cuidado aspecto visual que ya se adivinaba, pero es que además lo tenía en el punto de mira porque su curioso punto de partida había copado los informativos nacionales: la expedición de seis aimaras bolivianas que, ataviadas con sus trajes tradicionales, habían acometido una expedición para coronar el Aconcagua.
Otro de los aspectos que concitaba mi interés tenía que ver con el nombre de uno de sus directores y con la productora que figuraba detrás del proyecto. Años atrás había asistido con impresión al rescate en el Annapurna del cuerpo de Iñaki Ochoa de Olza por la cordada internacional de colegas himalayistas que se coordinó para traer de vuelta los restos mortales del montañero pamplonés. Pablo Iraburu y Migueltxo Molina fueron los responsables de Pura vida, el estupendo filme que narraba aquella oda al compañerismo después de la tragedia, y ahora Iraburu, esta vez junto a Jaime Murciego, regresa a las altas cumbres para narrar una nueva epopeya al otro lado del mundo.
Cholitas, denominación que a menudo se usa de modo peyorativo en Bolivia para referirse con condescendencia a las mestizas que visten las ropas tradicionales, es título del relato del reto que acometieron estas cinco decididas, valientes y, tal vez, inconscientes aventureras. Subir los casi 7.000 metros de la cima más alta de América con el ánimo de dar visibilidad y reclamar derechos e igualdad para las mujeres indígenas de su país.
Lo que vemos aquí trasciende completamente los límites del documental deportivo. Esta película habla de los sueños, de las aspiraciones, de la búsqueda de libertad y de la identidad propia, de la realización personal y de qué es la felicidad. Como en todo buen largometraje (da igual el género) aparecen las dificultades que provocan suspense e intriga. Al tratarse de personas reales con orígenes humildes, cada una con su historia pero plenamente conscientes de ser parte de un equipo, las emociones surgen, la emotividad está a flor de piel. Resulta inevitable empatizar con ellas, compartir su sufrimiento debido a las inclemencias meteorológicas y a las dificultades de la orografía y disfrutar y reír con sus alegrías.
Sin obviar su indudable calidad técnica (los espectaculares planos generales que muestran su, nuestra, insignificancia ante la majestuosidad de la montaña se antojan sobrecogedores), este canto a la naturaleza, a la Pachamama, habla de mujeres que representan a otras mujeres que, sin desprenderse de sus polleras, rompen cadenas, muros de cristal y reivindican su independencia, con el apoyo de sus maridos, para vivir la vida y que la vida no les viva a ellas, para dejar de ponerse límites y tener sueños y realizarlos y para que el miedo se quede, junto a la Uipala, la bandera Aimara, allá donde lo depositaron, entre las rocas del Aconcagua.
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Cholitas
Dirección y guion: Pablo Iraburu y Jaime Murciego
Intérpretes: Ana Lía Gonzales, Lidia Huayllas, Cecila Llusco, Dora Magueño, Elena Quispe
Música: Mikel Salas
Fotografía: Jaime Murciego
Montaje: Pablo Iraburu, Migueltxo Molina y Jaime Murciego
Duración: 80 min.
Bolivia, 2019

Una voz adolescente entona un canto a la naturaleza. Sonrientes y extasiados, todos giran la cabeza ante la dulzura de la tesitura y encuentran el rostro angelical de un muchacho de cabellos dorados. La cámara hace una lenta panorámica hacia abajo y descubrimos una camisa parda, un pañuelo negro al cuello y un brazalete rojo y blanco con una esvástica negra en el centro. Pronto la letra cambia, el ritmo sube, la masa enfervorizada se une al coro, los gestos se crispan y aparece un brillo en las miradas que nos hace estremecernos. El chaval se cala la gorra y levanta el brazo derecho haciendo el saludo fascista. Llegará el amanecer en el que el mundo será mío, porque el mañana me pertenece.
Este escalofriante fragmento de la película Cabaret simboliza el inicio del auge del nazismo en Alemania. Utiliza, como en ¿Quién puede matar a un niño?, una figura de la que no se pudiera esperar nada malo para encarnar el horror. En Jojo Rabbit se escucha una tonada similar de inicio, como claro guiño al filme de Bob Fosse, mientras un montaje vertiginoso de planos detalle nos muestra a otro chiquillo rubio ajustándose el uniforme de las Juventudes Hitlerianas y gritando como un poseso “Hail Hitler”, junto al mismísimo Führer, en una secuencia enloquecida.
Taika Waititi, guionista, director e intérprete del estrafalario Adolf, el amigo imaginario del niño protagonista, utiliza los mismos elementos que el largometraje de Fosse para reírse del nazismo, del antisemitismo y del miedo y el rechazo al diferente. Escoge un tono que sobrevive en un complicado equilibrio entre lo risible y lo horripilante, y no solo sale airoso en su alegato antibelicista y en contra de toda la barbarie que supuso el holocausto, sino que emociona y consigue asomarnos una lagrimita final en un maravilloso trabajo que ha llegado al corazón de este que escribe como no supo hacerlo la tramposa La vida es bella.
Me resisto a contar nada más del argumento, solo que vayan preparados para reír, con carcajadas como las que el genio de Lubistch nos arrancó en Ser o no ser pasadas por el tamiz de las comedias corales de Wes Anderson (aunque con más tino a la hora de redondear el resultado final), y para salir algo tocados y con el corazón encogido.
Sin dejar de recordar que nos encontramos ante una farsa; con esos delirantes créditos iniciales en los que, al ritmo de una versión en alemán del “I want to hold your hand” de los Beatles, aparecen fanes enfervorecidas que mueren por los huesos de Hitler; aunque con referencias al arte de Jacques-Louis David que no anticipan nada bueno. Y que nos deja momentos enternecedores, dignos de figurar en la historia del cine, como esa conmovedora conversación madre e hijo durante la cena (maravillosos Scarlett Johansson y Roman Griffin Davis) o un David Bowie (también a la germana) que nos pone la carne de gallina. La vida es un regalo, vamos a celebrarla, baila, hijo mío, baila, porque bailar nos hace libres.
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Jojo Rabbit
Dirección y guión: Taika Waititi, basado en la novela “El cielo enjaulado” de Christine Leunens
Intérpretes: Roman Griffin Davis, Thomasin McKenzie, Scarlet Johansson, Taika Waititi
Música: Michael Giacchino
Fotografía: Mihai Malaimare Jr.
Montaje: Tom Eagles
Duración: 108 min.
República Checa, Nueva Zelanda, Estados Unidos, 2019

La grúa retrocede lentamente en un apacible campo florido para mostrar a dos soldados tumbados al pie de un árbol. Una bota golpea a uno de ellos. Blake, elija a un hombre y traiga el equipamiento. Sí, sargento, contesta. Despierta a Scofield, el cabo que dormita apoyado en el tronco, se levantan y cruzan el campamento y las trincheras hasta comparecer ante el alto mando. Su tarea no va a resultar tan trivial como podían presuponer. Deberán cruzar tierra de nadie durante quince kilómetros para avisar al general Mackenzie de que debe anular el ataque previsto porque los alemanes les han tendido una trampa. La cámara, que ha llegado pegada a su espalda, no va a dejar de acompañarles en los cien minutos restantes.
La Primera Guerra Mundial, en los inicios del sonoro, tuvo el rostro de un Gary Cooper que protagonizó el Adiós a las armas de Hemingway y se convirtió en el Sargento York. Ya en el siglo XXI Spielberg volvió a acercarse a la contienda con la irregular Caballo de batalla, aunque ha sido el cine francés quien más tiempo le ha dedicado, Largo domingo de noviazgo o la estupenda Nos vemos allá arriba son dos buenos ejemplos. Pero el discurso más contundente, reflexivo, maduro y vigente en cada palabra de su excelso guion, sobre este y cualquier conflicto bélico, pertenece a Senderos de gloria, con la que Kubrick realizó la mejor aportación al género.
1917 nos brinda otra oportunidad de acercarnos a la perfección partiendo, esta vez, desde la excelencia técnica que la emparenta al reto que planteó en los atosigantes 4:3 en los que encerraba a sus personajes El hijo de Saúl: narrar sus casi dos horas de duración en un único plano secuencia salvado mediante algún que otro trucaje digital y tan solo un fundido a negro. La minuciosidad con la que Sam Mendes ha pergeñado la puesta en escena solo es comparable a la espectacular virguería visual que nos brinda Roger Deakins, que se multiplica al frente del departamento de fotografía ejerciendo, además, como operador de cámara. Un trabajo de orfebrería que juega con el montaje sin cortes y el aspecto visual de la cinta (el perfecto contraste, los colores y la iluminación en los pasajes nocturnos) que le va a reportar su segundo Óscar.
La presencia de un sonido impactante en todo momento, tanto en el tenue viento sibilante como en el estruendo de un avión que nos sobrevuela, añade sutileza y poderío. Una potencia que enriquece un guion sólido que no deja de regalarnos emocionantes momentos, desde el minimalismo de unas fotos a la espectacularidad de una carrera a contradirección en mitad del campo de batalla al son de la epatante partitura de Thomas Newman, que está pidiendo a gritos (lo logrará) su primer premio de la Academia tras 14 nominaciones. Las brillantes interpretaciones de George McKay y Dean-Charles Chapman redondean la brutalidad de un filme impagable que, como toda obra maestra, cierra el círculo con el mismo encuadre con el que abría la narración.
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1917
Dirección: Sam Mendes
Guion: Sam Mendes y Krysty Wilson-Cairns
Intérpretes: George MacKay, Dean-Charles Chapman, Colin Firth
Fotografía: Roger Deakins
Música: Thomas Newman
Montaje: Lee Smith
Duración: 119 min.
Estados Unidos, 2019

5 de enero de 1895. Escuela Militar de París. Un pelotón de cinco hombres escolta a un sexto hasta el centro del patio. Se le lee en voz alta la sentencia de un Consejo de Guerra. Capitán del Estado Mayor Alfred Dreyfus, por un delito de alta traición queda degradado y se le condena a la deportación. Varios oficiales observan en la lejanía cómo, uno a uno, se le arrancan de la vestimenta los adornos que simbolizan su estatus y se parte en dos su sable. Con mucha sorna, bromean sobre la situación: los romanos echaban a los cristianos a los leones, nosotros le damos judíos al pueblo. Y es que el patriotismo basado en el odio a lo extranjero, principalmente a lo judío, llevaba tiempo instaurado en determinados sectores de la sociedad francesa y se acentuaba de manera evidente en el mundo castrense. Destierran al reo a la Isla del Diablo y ordenan que nadie hable con él durante su confinamiento. Es la muerte en vida, confesará en una misiva.
El nombramiento del coronel Picquart como responsable de la Sección de Estadística del Departamento de Contraespionaje cambiará el curso de los acontecimientos. Su conocido antisemitismo no fue óbice para que, haciendo gala de una intachable integridad, decidiese tirar del hilo al encontrar información que podría exonerar al condenado por espionaje.
Aquí comienza un apasionante relato de suspense e intriga policial y judicial digna del mejor Hitchcock que emparenta con la atmósfera y el frenesí que ya nos contagió Polanski en la estupenda El escritor. Un paralelismo nada casual, ambos guiones llevan, además de la del director, la firma de Robert Harris, autor de los dos libros que les sirven de soporte argumental. En aquel caso se trataba de una fantasía con toques de realidad, pero lo que imprime una pátina de interés al trabajo que nos ocupa es que retrata, paso por paso, uno de los más vergonzosos episodios de la historia de Francia.
Lo realmente absorbente del filme trasciende sus brillantes hechuras y su ritmo endiablado, incluso la magnífica interpretación de un soberbio Jean Dujardin que, en la piel del coronel Picquart, retrata a un tipo que cree que la verdad, la honradez y el honor quedan por encima de las jerarquías, que ama tan profundamente al ejército que no puede dejar pasar una injusticia que lo manche para siempre. La vigencia de todo lo que cuenta resulta tan pasmosa como alarmante. Ahí reside la fuerza de su mensaje.
El mundo al revés. Quien desgrana lo que realmente aconteció, Émile Zola en su famosa carta al presidente, sentado en el banquillo acusado de antipatriota, de mentir para ensuciar el buen nombre de la milicia y dejando cinceladas para la eternidad frases que hoy podrían ser reinterpretadas: “Asistimos a un espectáculo infame, para proclamar la inocencia de los hombres cubiertos de vicios, deudas y crímenes acusan a un hombre de vida ejemplar. Cuando un pueblo desciende a esas infamias está próximo a corromperse y a aniquilarse”. Deberíamos hacérnoslo mirar.
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El oficial y el espía
Dirección: Roman Polanski
Guion: Roman Polanski y Robert Harris, basado en el libro “Un oficial y un espía” de Robert Harris
Intérpretes: Jean Dujardin, Louis Garrel, Emmanuelle Seigner
Música: Alexandre Desplat
Fotografía: Pawel Edelman
Montaje: Hervé de Luze
Duración: 132 min.
Francia, Italia, 2019

Vemos a una joven de espaldas que espera frente a una puerta de madera con un cristal translúcido en el centro. Más allá del umbral se encuentra su futuro, algo tan ignoto como lo que apenas puede adivinar tras la semi opacidad del vidrio. Después de diez o quince segundos toma la manilla y entra. Es Jo March y ha ido a ofrecer al editor de un periódico uno de sus cuentos diciéndole que es de un “amigo” (friend, en el original, que sirve tanto para el masculino como para el femenino). Si afirma que es suyo probablemente no se lo acepte. Un plano detalle de sus nudillos manchados de tinta la deja en evidencia. Aún así hay suerte. Te pagaré 20 dólares pero si quieres que te compre más relatos protagonizados por una chica, para que tengan éxito asegúrate de que se casa antes del final o, si no, de que muera. Ella, a pesar del consejo, sale corriendo, loca de contenta.
Mujercitas nos vuelve a contar las vicisitudes de las hermanas March, que sobreviven con lo poco que tienen junto a su madre mientras su padre se encuentra en el frente en la Guerra de Secesión estadounidense. Greta Gerwig, directora, guionista y responsable de Lady Bird, ha pergeñado una adaptación magnífica sustentada sobre dos sólidas columnas que la convierten en una propuesta tremendamente estimulante.
Por un lado, una traslación del feminismo de 1868, muy revolucionario en su momento, al de este incipiente siglo XXI, plasmado en un diálogo revelador entre Jo y su madre en el que la primera se rebela contra los convencionalismos de su tiempo acerca de su sexo. Las mujeres tienen mente y tienen alma, no solo corazón, tienen ambición, también talento, no solo belleza. Estoy harta de que la gente diga que una mujer vale únicamente para el amor.
El otro aspecto que encumbra este trabajo excelso lo conforman su curiosa estructura y un elemento imprescindible para hacerla funcionar, el montaje. Gerwig ha descompuesto inteligentemente, a base de flashbacks, la linealidad original para crear un armazón atractivo que nos lleva continuamente desde el presente, que representa el último tercio de la novela, hasta el pasado, que nos cuenta el inicio de la historia, y que relaciona primorosamente los distintos momentos de cada una de las protagonistas. Ahí radica la magia de un montaje de Óscar que se enriquece, además, del gusto por los detalles y las sutilezas y del ingenio que invisibiliza las transiciones entre los dos tiempos en los que se mueve la narración.
La rúbrica la pone un reparto de campanillas encabezado por una Florence Pugh sobresaliente y la fantástica Saoirse Ronan. La complejidad y fuerza de su Jo la colocan a la cabeza de cuantas se hayan calzado los zapatos de esta heroína indómita. Ella cierra el filme, completando el círculo, en un plano complementario al inicial. Esta vez de frente, con la mirada limpia, observa tras la completa transparencia de una ventana, durante unos diez o quince segundos, el cristalino porvenir que le espera al otro lado.
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Mujercitas
Dirección: Greta Gerwig
Guion: Greta Gerwig, basado en la novela homónima de Louisa May Alcott
Intérpretes: Saoirse Ronan, Florence Pugh, Emma Watson
Música: Alexandre Desplat
Fotografía: Yorick Le Saux
Montaje: Nick Houy
Duración: 134 min.
Estados Unidos, 2019