La horma de su zapato – Crítica de «El hilo invisible» (2017)

Daniel Day-Lewis lleva años despidiéndose del cine. Celoso de su intimidad, siempre huidizo de la vorágine de Hollywood, pocos directores pueden conseguir que deje su refugio para volver ante las cámaras. Uno de esos privilegiados es Paul Thomas Anderson, que le llevó a ganar un Óscar al mejor actor con Pozos de ambición, en 2007, y ha vuelto a convencerle (y a proporcionarle una nueva candidatura a la dorada estatuilla) para realizar su enésimo canto del cisne gracias a un papel expresamente escrito para él: Reynolds Woodcock, el excéntrico modisto protagonista de El hilo invisible.
Tanto es así que el propio Day-Lewis ha colaborado estrechamente en la elaboración del guión y en la construcción de un personaje basado en el diseñador de moda español Cristóbal Balenciaga; en la monacal manera de llevar su vida privada pero sobre todo en la especial relación que tenía con su trabajo.
Woodcock se encuentra en su taller, concentrado en un nuevo diseño. Alma, su pareja, entra con una infusión que alivie su faena. Este la echa con cajas destempladas. El té se va, pero la distracción se queda aquí, conmigo. El proceso creador (que no puede ni debe ser interrumpido bajo ninguna circunstancia), la genialidad caprichosa, el peculiar carácter de un maestro definido en una certera sentencia. Cómo la ordenada vida de Reynolds Woodcock da un vuelco cuando esta joven y determinada mujer entra en su vida para convertirse en su inspiración y amante. Una musa con la necesidad de sentirse útil, de estar más que de ser, de hacer, de formar parte del arte y la vida del tipo del que está enamorada.
La tercera pata de la mesa la compone Cyril (inquietante Lesley Manville). Un reflejo de la rebequiana señora Danvers, hermana y guardiana del virtuoso pero también consejera y, cuando la ocasión lo requiere, crítica. Un trío de personalidades a las que Buñuel habría puesto en torno a una mesa a jugar a las cartas. Y es que el espíritu del de Calanda envuelve esta crónica de una relación enfermiza, con tintes sadomasoquistas, con una posición de poder cambiante donde la sumisión y la dominación se alternan por momentos.
La terna formada por Day-Lewis, Manville y la luxemburguesa Vicky Krieps resplandece bajo la sabia batuta de un Paul Thomas Anderson que remata el exquisito vestuario y la estupenda banda sonora con una impecable realización de corte clásico que raya la perfección técnica, y que se apoya en detalles de absoluta brillantez como el uso narrativo del sonido en los desayunos para subrayar el irascible carácter del protagonista.
Al igual que en The Master, la frialdad y la distancia que impone una dirección sin tacha separan a esta gran película de la obra maestra. No obstante, la fascinación que produce esa puntada invisible que esconde secretos en los dobladillos de los vestidos y esa hebra imperceptible que une a los dos, e incluso a los tres, hilos conductores de esta historia provoca esa sensación de desazón que deja una huella indeleble en nuestra memoria.
Copyright del artículo © Manu Zapata Flamarique. Reservados todos los derechos.
Copyright imágenes © Annapurna Pictures, Focus Features, Ghoulardi Film Company, Perfect Pictures. Cortesía de A UPI Spain. Reservados todos los derechos.
El hilo invisible
Dirección y guión: Paul Thomas Anderson
Intérpretes: Daniel Day-Lewis, Vicky Krieps, Lesley Manville
Música: Johnny Greenwood
Fotografía: Paul Thomas Anderson (sin acreditar)
Montaje: Dylan Tichenor
Duración: 130 min.
Estados Unidos, 2017
Me parece apasionante y tenebrosa… una mezcla explosiva.
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Interesante
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Me encanta la manera en la que te expresas.
Es interesante lo que comentas sobre la película,despierta mi curiosidad.¡Enhorabuena por tu trabajo! 😉
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«El hilo invisible» es un rollo notable. Da la sensación en aguna escena de que Daniel Day Lewis se va a divorciar de la chica simplemente porque no le gusta la forma que tiene de cortar el pescado. No se puede empatizar con alguien tan borde. Además, en el clímax de la película hay algún momento en el que la fina línea que separa lo sublime de lo ridículo se decanta por lo ridículo. En los Óscars no se va a comer un colín, aunque la música de Johnny Greenwood, eso sí, es muy bella.
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Con una musa inspiradora, me esperaba una versión más romántica y arrebatadora del amor… 😦
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Más bien es una visión retorcida
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